Parece estar inexorablemente convencido de su fracaso: no se otorga la mínima posibilidad de tener éxito, pero si la obligación de ser empecinado, sin importarle mayormente frente a cuantas negativas deba estrellarse. Yo no sabría decir exactamente si el espectáculo es patético, repugnante o sublime, pero creo que nunca podré olvidar la cara (¿serena?, ¿resentida?) con que el hombre recibe siempre el resultado negativo de la prueba y la semirreverencia con que se despide. Alguna vez lo he visto por la calle, caminando despacio o mirando simplemente el río de gente que pasa y que quizá le inspire alguna reflexión. Creo que jamás logrará sonreír.
domingo, 30 de agosto de 2009
Parece estar inexorablemente convencido de su fracaso: no se otorga la mínima posibilidad de tener éxito, pero si la obligación de ser empecinado, sin importarle mayormente frente a cuantas negativas deba estrellarse. Yo no sabría decir exactamente si el espectáculo es patético, repugnante o sublime, pero creo que nunca podré olvidar la cara (¿serena?, ¿resentida?) con que el hombre recibe siempre el resultado negativo de la prueba y la semirreverencia con que se despide. Alguna vez lo he visto por la calle, caminando despacio o mirando simplemente el río de gente que pasa y que quizá le inspire alguna reflexión. Creo que jamás logrará sonreír.
domingo, 23 de agosto de 2009
..."A veces me siento desdichada, nada más que de no saber qué es lo que estoy echando de menos"...
...
...
Otra vez con "La tregua"...
lunes, 17 de agosto de 2009
lunes, 3 de agosto de 2009
“Lárgate -le dijo-. Y no te dejes ver nunca más en los años que te queden de
vida.”
Volvió a abrir por completo la puerta de la calle que había empezado a cerrar, y
concluyó:
-espero sean muy pocos.
...
Cuando oyó apagarse los pasos en la calle solitaria, cerró la puerta muy despacio,
con la tranca y los cerrojos, y se enfrentó sola a su destino. Nunca, hasta este momento,
había tenido una conciencia plena del peso y el tamaño del drama que ella misma había
provocado cuando apenas tenía dieciocho años, y que había de perseguirla hasta la
muerte. Lloró por primera vez desde la tarde del desastre, sin testigos, que era su único
modo de llorar. Lloró por la muerte del marido, por su soledad y su rabia, y cuando entró
en el dormitorio vacío lloró por ella misma, porque muy pocas veces había dormido sola
en esa cama desde que dejó de ser virgen. Todo lo que fue del esposo le atizaba el
llanto: las pantuflas de borlas, la piyama debajo de la almohada, el espacio sin él en la
luna del tocador, su olor personal en su propia piel. La estremeció un pensamiento vago:
“La gente que uno quiere debería morirse con todas sus cosas”.
acostó, descalza pero vestida, y se durmió al instante. Durmió sin saberlo, pero sabiendo
que continuaba viva en el sueño, que le sobraba la mitad de la cama, y que yacía de
costado en la orilla izquierda, como siempre, pero que le hacía falta el contrapeso del
otro cuerpo en la otra orilla. Pensando dormida pensó que nunca más podría dormir así,
y empezó a sollozar dormida, y durmió sollozando sin cambiar de posición en su orilla,
hasta mucho después de que acabaron de cantar los gallos y la despertó el sol indeseable
de la mañana sin él. Sólo entonces se dio cuenta de que había dormido mucho sin morir,
sollozando en el sueño, y que mientras dormía sollozando pensaba más en Florentino
Ariza que en el esposo muerto...."